Victorioso a través de las tentaciones de Satanás

 

Por Chen Lu, China

 

Esto sucedió en la mañana del 21 de diciembre de 2012. Más de una docena de hermanos y hermanas se encontraban reunidos en el hogar de un anfitrión, cuando, de repente, se oyeron golpes y gritos en la puerta: “¡Abran la puerta! ¡Abran la puerta! ¡Vamos a inspeccionar la casa!”. Cuando una hermana abrió la puerta, seis o siete policías entraron por la fuerza blandiendo garrotes. Nos alejaron con violencia y comenzaron a revolver los cajones de la casa. Una hermana joven dio un paso al frente y les preguntó: “No hemos violado la ley. ¿Por qué están inspeccionando la casa?”. El policía respondió brutalmente: “¡Compórtate! Si te decimos que te quedes de pie allí, quédate allí. ¡Si no te pedimos que hables, cállate la boca!”. Luego la arrojaron salvajemente al piso y gritaron agresivamente: “Si te resistes, te golpearemos”. A la hermana se le había partido la uña, y le sangraba el dedo. Al ver las caras perversas de los policías, sentí odio y temor a la vez, así que oré a Dios en secreto para que me diera fuerza y confianza, para que me protegiera con el objeto de dar testimonio. Después de orar, mi corazón se calmó considerablemente. La policía confiscó mucho material evangelista y colecciones de las palabras de Dios y después nos condujo a vehículos policiales.

 

Apenas llegamos a la comisaría, nos confiscaron todo lo que llevábamos y nos interrogaron acerca de nuestros nombres, nuestros domicilios y sobre quiénes eran nuestros líderes de la iglesia. No dije nada. Otra hermana tampoco dijo nada, así que la policía consideró que éramos cabecillas y se preparó para interrogarnos por separado. En ese momento sentí miedo. Había oído que la policía era particularmente cruel con los creyentes en Dios, y yo había sido clasificada como objetivo para un interrogatorio. Eso por cierto significaba más ferocidad y menos suerte. Justo cuando estaba en un estado horrible y con mucho temor, oí orar a la hermana que estaba muy cerca de mí: “Oh, Dios, Tú eres nuestra roca, nuestro refugio. Satanás está debajo de Tus pies, ¡y estoy dispuesta a vivir de acuerdo a Tus palabras y a dar testimonio para satisfacerte!”. Después de oírla, mi corazón resplandeció. Pensé: es verdad, Dios es nuestra roca, Satanás está debajo de Sus pies, entonces, ¿a qué le temo? Siempre que confíe en Dios, ¡Satanás puede ser derrotado! De repente, no tuve más miedo, aunque sí sentí vergüenza. Pensé en que cuando esa hermana se encontró en estas circunstancias, oraba y confiaba en Dios y no perdió la confianza en Dios, pero que yo había sido poco valiente y cobarde. No había tenido lo mínimo de agalla para creer en Dios. Gracias al amor de Dios y por la oración de la hermana, que me había motivado y ayudado, ya no temía el poder despótico de la policía. Resolví con calma: ahora que fui arrestada, estoy resuelta a dar testimonio para satisfacer a Dios. ¡De ninguna manera seré una cobarde que lo desilusione!

 

Alrededor de las diez, dos policías me esposaron y me llevaron a una habitación para interrogarme a solas. Uno de los policías me interrogaron en el dialecto local. Yo no comprendía lo que decía, y cuando le pregunté qué me había dicho, mi pregunta inesperadamente lo enojó. Uno de los policías que estaba de pie cerca de mí se me acercó corriendo y me tomó del cabello, balanceándome de atrás hacia delante. Me sentía mareada y sacudida, y sentía como que si me estuvieran desgarrando el cuero cabelludo y me estuvieran arrancando el cabello. Justo después de eso, otro policía corrió hacia mí y gritó: “¿Así que quieres ir por las malas? ¡Habla! ¿Quién dijo que predicaras el evangelio?”. Yo estaba llena de ira y respondí: “Predicar el evangelio es mi deber”. Al segundo de haber dicho esto, el primer policía nuevamente me agarró del cabello y me abofeteó, me golpeó y gritó: “¡Yo te haré predicar más! ¡Yo te haré predicar más!”. Me golpeó en la cara, causándome mucho dolor, el rostro se me puso colorado como un tomate y comenzó a hincharse. Cuando se cansó de pegarme, me dejó ir, luego tomó el teléfono móvil y el reproductor MP4 que encontraron entre mis pertenencias y me pidió información sobre la iglesia. Confié en la sabiduría para tratar con ellos. De la nada, un policía preguntó: “Tú no eres de aquí. Hablas tan bien el mandarín, por cierto no eres una persona común y corriente. ¡Sé sincera! ¿Por qué has venido aquí? ¿Quién te envió aquí? ¿Quién es su líder?”. Al oír estas preguntas, uno de ellos me subió el corazón a la boca y clamé a Dios para que me diera confianza y fuerza. Por medio de la oración, mi corazón se calmó lentamente, y respondí: “yo no sé nada”. Cuando me oyeron decir eso, dieron un fuerte puñetazo sobre la mesa, furiosos, y gritaron: “¡Espera y verás cómo te sentirás en un rato!”. Luego tomó mi reproductor de MP4 y pulsó la tecla de reproducción. Estaba muy asustada. No sabía qué medios utilizaría para tratar conmigo, así que clamé con urgencia a Dios. No me había imaginado que lo que se reproducía era una lectura de un pasaje de las palabras de Dios: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona. Debo deciros esto: cualquiera que quebrante Mi corazón no volverá a recibir clemencia, y cualquiera que me haya sido fiel permanecerá por siempre en Mi corazón” (‘Prepara suficientes buenas obras para tu destino’ en “La Palabra manifestada en carne”). Cuando oí las palabras de Dios, sentí una puñalada en mi corazón. No pude evitar pensar que cuando el Señor Jesús estaba obrando, quienes lo seguían y gozaban de Su gracia eran muchos, pero cuando estuvo clavado en la cruz y los soldados romanos arrestaban cristianos a mansalva, muchas personas huían por temor. ¡Esto le produjo un gran dolor a Dios! Pero, entonces, ¿qué diferencia existía entre esos individuos ingratos y yo? Cuando yo gozaba de la gracia y de las bendiciones de Dios, tenía suma confianza en seguir a Dios, pero cuando enfrentaba adversidades que requerían que sufriera y debiera pagar un precio, sentía miedo y temor. ¿De qué manera podía eso consolar el corazón de Dios? Pensé en que Dios sabía claramente que encarnarse en China, este país regido por ateos, presentaría grandes peligros, pero que para salvarnos a los seres humanos corruptos, Él vendría igualmente, sin duda alguna, a este lugar lleno de demonios, tolerando su persecución y su condena, y nos conduciría personalmente por el camino de la búsqueda de la verdad. Al ver la disposición de Dios para sacrificarlo todo, para dejar todo de lado por salvarnos, ¿por qué yo, que gozaba de la gracia de Su salvación, no podía pagar un pequeño precio por Él? Me sentía amonestada en mi consciencia y detestaba ser tan egoísta, tan despreciable. En realidad, sentía profundamente que Dios tenía esperanzas y que se preocupaba por mí. Creía que Él sabía bien que yo era inmadura en estatura y temerosa ante el despotismo de Satanás. Él me permitió oír esto por medio de la lectura que hizo la policía, lo que me permitió comprender Su voluntad, de manera tal que en medio de la adversidad y la opresión pude dar testimonio de Dios y satisfacerlo. Durante un momento, me conmoví tanto por el amor de Dios que las lágrimas rodaron por mis mejillas, y en secreto le dije a Dios: “¡Oh, Dios! No quiero traicionarte. No importa cómo me torture Satanás, estoy resuelta a dar testimonio y a consolar Tu corazón”.

 

Luego hubo un golpe repentino cuando el poli apagó el reproductor, uno de ellos vino hacia mí y me dijo: “Si no nos dices, ¡voy a torturarte!”. Luego me ordenaron que me parara descalza sobre el piso y esposaron mi mano derecha a un aro de hierro que había en un bloque de cemento. Tuve que estar de pie doblada en dos porque el bloque era muy pequeño. No me permitían agacharme, ni tampoco usar mi mano izquierda para sostener mis piernas. Al cabo de un rato ya no podía estar de pie y quise agacharme, pero la policía gritó: “¡No te agaches! ¡Si no quieres sufrir tanto, apúrate y confiesa!”. Todo lo que pude hacer fue rechinar mis dientes y aguantar. No sé cuánto tiempo transcurrió. Mis pies parecían ser de hielo, las piernas me dolían y estaban entumecidas, y cuando verdaderamente ya no pude más estar de pie, me agaché. La policía me levantó, trajo un vaso de agua fría y lo vertió en mi cuello. Tuve tanto frío que comencé a tiritar. Luego me quitaron las esposas, me sentaron en una silla de madera, esposaron mis manos a los extremos opuestos de la silla, abrieron las ventanas y encendieron el aire acondicionado. Sentía una corriente de viento frío y temblaba. No pude evitar sentir algo de debilidad en mi corazón, pero en medio de este sufrimiento, no paré de orar, suplicándole a Dios que me otorgara la voluntad y la fuerza para tolerar este dolor, que me permitiera superar la debilidad de la carne. Justo en ese momento, las palabras de Dios me guiaron desde mi interior: “Aunque tu cuerpo padezca un poco de sufrimiento, no consideres las ideas de Satanás. […] La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación” (‘Capítulo 6’ de Declaraciones de Cristo en el principio en “La Palabra manifestada en carne”). Las Palabras de Dios me hicieron comprender que Satanás quería torturar mi carne para hacer que yo traicionara a Dios, y que si le prestaba atención a la carne, caería presa de sus artimañas. Seguí repitiendo estas dos oraciones de las palabras de Dios en mi mente, diciéndome a mí misma que debía montar guardia en contra de las artimañas de Satanás y rechazar sus ideas. Posteriormente, la policía tomó una olla grande de agua fría y la vertió en mi cuello. Toda mi ropa estaba completamente empapada. En ese momento sentí como si hubiera estado dentro de un congelador. Al ver que tiritaba sin parar, uno de los policías malvados me tomó por los cabellos y me levantó la cabeza para que viera el cielo a través de la ventana, y luego dijeron burlones: “¿Tienes frío? ¡Entonces dile a tu Dios que venga a salvarte!”. Advirtió que yo no reaccionaba, entonces volvió a verter una olla grande de agua fría sobre mí y encendió el aire acondicionado al máximo, de manera tal de que estuviera dirigido justo a mí. Me golpeaba ráfaga tras ráfaga de viento frío que calaba los huesos junto con el viento frío. Tenía tanto frío que me había enrollado como una pelota y estaba casi congelada. Sentí como si la sangre se hubiera congelado dentro de mis venas, no pude evitar pensar en cosas locas: en un día tan frío, me empapan con agua helada y encienden el aire acondicionado. ¿Están intentando congelarme viva? Si muero aquí, mi familia ni siquiera se enterará. Justo cuando me estaba hundiendo en la oscuridad y la desesperación, de repente pensé en el sufrimiento que soportó el Señor Jesús mientras lo clavaban en la cruz para redimir a la humanidad. Y también pensé en las palabras de Dios: “El amor que ha experimentado el refinamiento es fuerte, no débil. Independientemente de cuándo o cómo Dios te someta a Sus pruebas, puedes abandonar tu preocupación por si vives o mueres, con gusto desechar todo por Dios y aguantarlo todo felizmente por Él; de esta manera tu amor será puro y tu fe real. Solo entonces serás alguien a quien Dios ama realmente y a quien de verdad Él ha hecho perfecto” (‘Solo experimentando el refinamiento puede el hombre poseer el verdadero amor’ en “La Palabra manifestada en carne”). Estas palabras de Dios realmente me dieron vida, ¡sí! Ese día al poder dar testimonio de Dios, era Él quien me elevaba. ¿Cómo podía prestarle atención a mi carne? Incluso si implicaba perder mi vida, estaba resuelta a serle fiel a Dios. Lentamente, ya no tuve tanto frío. En todo momento, desde el mediodía hasta las siete de la noche, la policía continuó interrogándome. Se dieron cuenta de no iba a decir nada, así que me encerraron en la sala de interrogatorio y continuaron exponiéndome al aire frío.

 

Después de la cena, la policía intensificó su interrogatorio. Me amenazaron sanguinariamente, diciendo: “¡Dinos! ¿Quién es el líder de su iglesia? ¡Si no nos lo dices, tenemos otros medios para que hables, podemos hacerte beber el jugo de pimientos picantes, agua jabonosa, hacerte comer heces, arrancarte la ropa hasta desnudarte, arrojarte al sótano, y congelarte hasta morir!”. Cuando el policía malvado dijo esto, realmente advertí que no eran personas, sino un conjunto de demonios en carne humana. Cuánto más me amenazaban de ese modo, más los detestaba en mi corazón, y más resuelta estaba a no rendirme ante ellos. Cuando vieron que no iba a decir nada, buscaron una bolsa de tela, la empaparon con agua, y me la pusieron en la cabeza. Ejercieron presión sobre mi cabeza de manera de que no pudiera moverme, luego la apretaron con sus manos. No podía hacer ningún movimiento porque mis manos estaban esposadas a la silla. Muy pronto, estuve a punto de asfixiarme. Sentí que todo mi cuerpo se había endurecido. Pero eso no bastó para disipar su odio. Tomaron una olla con agua fría y lo vertieron dentro de mi nariz, amenazándome, diciendo que si no hablaba, me iba a ahogar. La bolsa mojada no dejaba pasar el aire, y, como si esto fuera poco, vertían el agua dentro de mis fosas nasales. Me resultaba muy difícil respirar, y sentía como si se me estuviera acercando la muerte. Oré en silencio a Dios: “Oh, Dios, Tú me diste este aliento, y hoy yo debería estar viviendo para Ti. Sin importar cómo me torture la policía malvada, yo no Te traicionaré. Si Tú requieres que sacrifique mi vida, estoy dispuesta a obedecer Tus designios y planes sin la menor queja…”. Justo cuando estaba por perder la consciencia y dejar de respirar, soltaron sus manos. No pude evitar darle las gracias a Dios en mi corazón. Aunque había caído en manos de la policía malvada, Dios sólo les permitió torturar mi carne pero no les permitió tomar mi vida. Después de eso, mi confianza se incrementó.

 

Al día siguiente, alrededor del mediodía, varios policías me llevaron a mí y a otra hermana en su vehículo al centro de detención. Uno me dijo, de manera intimidante: “Tú no eres de aquí. Te vamos a encerrar por seis meses, luego te vamos a sentenciar de tres a cinco años de prisión, y nadie lo sabrá”. “¿Sentenciar?”. Tan pronto como oí que sería sentenciada, no pude evitar debilitarme. Me preguntaba cómo podría mostrar mi cara si realmente me condenaran a pasar tiempo en prisión y cómo me verían las personas. Las otras personas que estaban en la celda en la que me encerraron eran todas hermanas que creían en Dios Todopoderoso. Si bien estaban en esa guarida de demonios, no demostraban el más mínimo temor. Se alentaban y apoyaban unas a las otras, y cuando vieron que yo tenía una actitud negativa y débil, hablaron conmigo acerca de sus experiencias personales y daban testimonio, otorgándome confianza en Dios. También cantaban un himno para alentarme: “Humilde, Dios se encarnó para salvar a la humanidad, guiando cada paso, caminando entre las iglesias, expresando la verdad, regando con esmero al hombre, purificándolo y haciéndolo perfecto. […] Dios vio muchos veranos, muchas primaveras, otoños e inviernos, tomando lo amargo junto a lo dulce. Él sacrifica todo sin nunca arrepentirse, Él ha dado abnegado Su amor. He probado la amargura de las pruebas y me he sometido al juicio de Dios. Lo dulce sigue a lo amargo, y es limpiada mi corrupción. Ofrezco mi cuerpo, ofrezco mi corazón para recompensar el amor de Dios. III Descartado por seres amados, otros me han difamado. Pero mi amor es inquebrantable para Dios hasta el final. Soy totalmente devoto de seguir la voluntad de Dios. Soporto preocupaciones y la persecución, experimentando subidas, experimentando bajadas. No me importa que yo soporte esto en la vida ni que mi vida esté llena de amargura. Debo seguir a Dios y dar testimonio de Él” (‘Recompensar el amor de Dios y ser Su testigo’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Al pensar en este canto, me sentí sumamente alentada. Era cierto, estábamos siguiendo al verdadero Dios y caminando por el sendero correcto de la vida en un país gobernado por un partido ateo que consideraba a Dios como su enemigo. Estábamos destinadas a sufrir muchas dificultades, pero todo eso tenía un significado, e incluso el hecho de estar en prisión era algo glorioso porque habíamos sido perseguidas en aras de buscar la verdad y de seguir el camino de Dios. Era algo totalmente diferente a las personas mundanas encarceladas por cometer crímenes horribles. Entonces pensé en las muchas generaciones de santos que sufrieron la persecución y la humillación por aferrarse al camino verdadero. Pero ahora, Dios me había provisto tanto de Su Palabra, que comprendí una verdad que generaciones de personas no pudieron entender y conocí misterios que muchas generaciones no llegaron a conocer. Entonces, ¿por qué no podía yo tolerar un poco de sufrimiento para dar testimonio de Dios? Al pensar en esto, nuevamente salí arrastrándome de mi estado de debilidad, mi corazón se llenó de confianza y fuerza, y resolví confiar en Dios y enfrentar la tortura y las demandas que me esperaban para que confiese con la cabeza en alto.

 

Diez días más tarde, la policía me envió a mí sola al centro de detención. Noté que las demás personas estaban allí por delitos de fraude, robo y negocios ilegales. Tan pronto como ingresé, me dijeron: “Cualquiera que entra aquí, por lo general no sale. Todas estamos esperando nuestras sentencias, y algunas de nosotras han estado esperando por meses”. Al ver a esas personas, me puse tan nerviosa que mi corazón estuvo a punto de explotar. Tuve miedo de que me trataran mal, y luego, cuando pensé en que la policía me encerraría con ellas, pensé que lo más probable era que me aplicaran la sentencia de una criminal. Había oído que algunos hermanos y hermanas habían estado encarcelados hasta por ocho años. No sabía cuán larga iba a ser mi sentencia, ¡y yo tenía sólo veintinueve años de edad! ¡Mi juventud no podía transcurrir encerrada en esa celda oscura! ¿Cómo pasarían mis días desde hoy hasta que saliera? En ese momento, parecía que mi pueblo natal, mis padres, mi marido y mi hijo estuvieran de repente terriblemente lejos de mí. Fue como un cuchillo clavado en mi corazón, y mis ojos se llenaron de lágrimas. Supe que había caído en las estratagemas de Satanás, por lo que clamé fervientemente a Dios, con la esperanza de que Él me condujera a escapar de este sufrimiento. En medio de mi oración, sentí una guía clara dentro de mí: cuando enfrentes esto, tienes el permiso de Dios. Al igual que como cuando Job fue probado, no te quejes. Después pensé en las palabras de Dios: “El testimonio de Mi derrota de Satanás se sitúa dentro de la lealtad y la obediencia del hombre, del mismo modo que lo hace Mi testimonio de Mi conquista completa del hombre. […] ¿Preferirías someterte a cada arreglo mío (aunque sea muerte o destrucción) o huir a mitad de camino para evitar Mi castigo?” (‘¿Qué sabes de la fe?’ en “La Palabra manifestada en carne”). El juicio y el castigo de las palabras de Dios me hicieron sentir avergonzada. Entendí que no había sido ni remotamente sincera con Dios, sino que sólo acababa de decir que quería ser una buena testigo por Él. Sin embargo, cuando realmente enfrenté el peligro de ser encarcelada, lo único que quería era escapar. No tenía ninguna capacidad práctica de sufrir en aras de la verdad. Al recordar el momento en que fui arrestada, advertí que Dios había estado a mi lado en todo momento. No me había abandonado en ningún tramo del camino por temor a que yo perdiera el rumbo o trastabillara. El amor de Dios hacia mí había sido totalmente sincero y de ninguna manera había estado vacío. Pero fui egoísta y me interesé solamente en mí y durante todo el tiempo pensé en mis propias ganancias y pérdidas carnales. No estuve dispuesta a pagar ningún precio por Dios. ¿Cómo podría tener algo de humanidad? ¿Algo de consciencia? Cuando pensé en eso, sentí arrepentimiento y me sentí en deuda con Él. Oré a Dios en secreto y me arrepentí: “¡Oh Dios! Me equivoqué. Ya no puedo seguir hablando sólo de la boca hacia afuera y engañarte. Estoy dispuesta a vivir la realidad para satisfacerte. No importa cuál sea mi sentencia, por cierto daré testimonio de Ti”. En ese momento, el clima era muy frío. Las otras reclusas no me fastidiaran, sino que realmente me cuidaran, dándome ropa, y también me ayudaban con mis tareas diarias. Sabía que todo esto era el designio y el plan de Dios. ¡Le estaba realmente agradecido a Dios!

 

En el centro de detención, la policía me interrogaba de vez en cuando. Al darse cuenta de que actuar por las malas no funcionaría conmigo, cambiaron de táctica y me trataron bien. El policía que me interrogaba usaba, a propósito, una manera tranquila y charlaba conmigo, me daba comida y decía que podía ayudarme a encontrar un buen empleo. Yo sabía que era una estratagema de Satanás, así que cada vez que me interrogaba, yo oraba a Dios, pidiéndole que me protegiera y que no permitiera que cayera presa de esos artificios. Una vez, cuando me estaba interrogando, el policía finalmente reveló sus intenciones siniestras: “No tenemos nada en contra de ti, sólo queremos tomar medidas contra la Iglesia de Dios Todopoderoso. Espero que puedas unirte a nosotros”. Cuando oí esas palabras maléficas, me enojé mucho. Pensé: Dios creó al hombre y continuó proveyéndonos y conduciéndonos desde entonces hasta ahora. Y en este momento Él ha venido a salvar a quienes creó y a ayudarnos a escapar de nuestro abismo de sufrimiento. ¿Qué rayos tiene eso de malo? ¿Por qué es tan odiado, tan denigrado por estos diablos? Somos la creación de Dios. Seguir a Dios y adorarlo es lo correcto y lo justo, entonces, ¿por qué Satanás nos boicotea de este modo, quitándonos hasta la libertad de seguir a Dios? Ahora tratan de convertirme en una marioneta en su intento por derribar a Dios. El gobierno del Partido Comunista en realidad es un conjunto de demonios decidido a desafiar a Dios. ¡Son unos reaccionarios maléficos! Luego tuve un sentimiento indescriptible de pena en mi corazón, y todo lo que quería era dar testimonio de Dios y consolar Su corazón. Cuando la policía vio que de todos modos no iba a hablar, comenzó a usar métodos psicológicos conmigo. Encontraron a mi esposo a través de la empresa de CMCC y lo trajeron junto a mi hijo para persuadirme. Mi esposo originariamente aceptaba mi creencia en Dios, pero luego de haber sido engañado por la policía, me dijo una y otra vez: “Te ruego que abandones tu fe. Por lo menos, si no piensas en mí, piensa en nuestro hijo. Tener una madre en prisión tendrá un impacto terrible sobre él…”. Cuando mi marido vio que sus palabras no me hacían cambiar de parecer, dijo estas crudas palabras: “Eres muy testaruda y no escuchas lo que se te dice. ¡Entonces me divorciaré de ti!”. Esta palabra “divorciaré” traspasó profundamente mi corazón. Me hizo odiar al gobierno del Partido Comunista aún más profundamente. Fue su difamación y el hecho de sembrar semillas de discordia lo que hizo que mi esposo odiara la obra de Dios y me dijera esas palabras frías. ¡En realidad, el gobierno del Partido Comunista es el culpable de que la gente común y corriente ofenda al Cielo! ¡También era culpable de socavar nuestros sentimientos como esposos! Al pensar en esto, no quise decirle nada más a mi marido. Simplemente dije con calma: “Entonces date prisa y lleva a nuestro hijo de regreso a casa”. Cuando la policía vio que esta táctica no había funcionado, se enojaron tanto que caminaban ida y vuelta frente a su escritorio y me gritaban: “¡Hemos trabajado tanto y no hemos obtenido ni una respuesta de ti! ¡Si sigues negándote a hablar diremos que eres la jefa de la región, prisionera política! ¡Si no hablas hoy, no tendrás otra oportunidad!”. Pero no me importó cómo despotricaran y vociferaran, yo sólo oré a Dios en mi corazón, pidiéndole que fortaleciera mi fe.

 

Durante mi interrogatorio, pensé en un himno de la palabra de Dios que continuó guiándome desde mi interior: “En los últimos días de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de la humanidad, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida. Las personas deben llegar a un punto en el que hayan soportado centenares de refinamientos y poseer una fe mayor que la de Job. Deben soportar un sufrimiento increíble y todo tipo de torturas sin dejar jamás a Dios. Cuando son obedientes hasta la muerte y tienen una gran fe en Dios, entonces esta etapa de la obra de Dios está completa” (‘Lo que Dios perfecciona es la fe’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Debido a la fe y a la fuerza que recibí de las palabras de Dios, mientras me interrogaban parecía ser muy devota. Pero cuando regresé a mi celda, no pude evitar sentirme un poco débil y dañada.

 

Aparentemente, mi marido en realidad iba a divorciarse de mí y yo ya no tendría un hogar. Tampoco sabía cuánto duraría mi sentencia. En medio de este dolor, pensé en estas palabras de Dios: “Ahora deberías poder ver con claridad el camino preciso que Pedro tomó. Si puedes ver la senda de Pedro con claridad, entonces estarás seguro de la obra que se está haciendo actualmente, de modo que no te quejarás o serás pasivo ni anhelarás nada. Debes experimentar el ánimo de Pedro en ese momento: la tristeza lo golpeó; ya no pedía por un futuro ni ninguna bendición. No buscaba el lucro, la felicidad, la fama o la fortuna del mundo, solo buscaba vivir una vida con un mayor significado, retribuir el amor de Dios y dedicar lo más absolutamente precioso que tenía a Dios. Entonces estaría satisfecho en su corazón” (‘Cómo Pedro llegó a conocer a Jesús’ en “La Palabra manifestada en carne). Me sentí profundamente conmovida por las acciones de Pedro, y esto también inspiró mi voluntad para entregarlo todo con tal de satisfacer a Dios. Cuando Pedro alcanzó su momento de mayor tribulación, pudo resistirlo y satisfacer a Dios. No fue por sus propias perspectivas o por su destino, ni para su propio beneficio, y al final, cuando fue clavado boca abajo en una cruz, dio un buen testimonio de Dios. Pero luego tuve la buena suerte de seguir a Dios encarnado, de gozar de la provisión infinita de Dios para mi vida, así como también de Su gracia y Sus bendiciones, pero nunca pagué un verdadero precio por Dios. Y entonces, cuando necesitó que diera testimonio por Él, ¿no pude satisfacerlo esta única vez? ¿El haber perdido esta oportunidad es algo que lamentaría durante toda mi vida? Al pensar en eso, decidí cuál iba a ser mi voluntad frente a Dios: Oh Dios, estoy dispuesta a seguir el ejemplo de Pedro. Independientemente de cuál sea mi resultado, incluso si tengo que divorciarme o cumplir una condena en prisión, ¡no te traicionaré! Después de orar, sentí que una ola de fuerza crecía dentro de mí. Ya no pensaría si me llegaría una sentencia o no, o cuán larga sería, ni tampoco si podría regresar a mi hogar a reunirme con mi familia. Sólo pensaba que un día más en la guarida de los demonios era un día más de dar testimonio de Dios, e incluso si cumplía con mi sentencia hasta el final, no me sometería a Satanás. Cuando me rendí, verdaderamente probé el sabor del amor y el afecto de Dios. A los pocos días, por la tarde, un guardia me dijo de repente: “Reúne tus cosas. Puedes irte a casa”. ¡No me atreví a creer en lo que me estaba diciendo! Me emocioné increíblemente. ¡Esta batalla de la guerra espiritual la perdió Satanás y finalmente Dios fue glorificado!

 

Luego de haber padecido treinta y seis días de detención y persecución por parte de la policía del PCCh, entendí cabalmente qué era la tiranía cruel, y la esencia rebelde y reaccionaria del gobierno del Partido Comunista. A partir de allí generé un profundo odio hacia él. Sé que durante esas adversidades, Dios siempre estuvo conmigo, esclareciéndome, guiándome y permitiéndome superar la crueldad y las tentaciones de Satanás a cada paso del camino. Esa fue una verdadera experiencia de que las palabras de Dios realmente son la vida de la humanidad y nuestra fortaleza. También reconocí que por cierto Dios es nuestro Señor y que reina sobre todo y que sin importar cuántas estratagemas tenga Satanás, siempre será derrotado por Dios. El PCCh intentó torturar mi carne para obligarme a traicionar a Dios, para renunciar a Él, pero su tortura cruel no sólo no me quebrantó, sino que fortaleció mi decisión y me permitió ver en profundidad su rostro maligno y experimentar el amor y la salvación de Dios. ¡Doy gracias a Dios desde el fondo de mi corazón!

 

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Fuente: Iglesia de Dios Todopoderoso